*Desde aquel 1925, orígenes del Carnaval de Veracruz, los bailes libidinosos y lascivos que provocan un desenfreno contagioso poco cambiaron; el puerto de Veracruz, durante cinco días, es una sucursal del placer
Ángel Cortés Romero
Veracruz, Ver.- El sudor baña los cuerpos de decenas que se entregan al desenfreno de una fiesta innombrable. El reggaetón y la salsa a todo volumen desatan el cadereo y la sensualidad. La libido aumenta conforme sube el calor y se acaban las cervezas.
Los jarochos se entregan a la fiesta del hijo del sueño y de la noche. Las chanzas y las burlas del Rey Momo repican en cada grada, en cada esquina del bulevar mientras afuera la ciudad se vuelve un caos.
Sobre el bulevar, los vestidos de la reina y de las princesas de la corte real destellan con el brillo de las lentejuelas a la multitud que los aclama desde unos tablones de metal o madera que sirven de gradas.
Los trajes y vestidos diminutos cargados con plumas y lentejuelas, los sombreros de pachuco, el sudor y el cansancio a cuestas evocan los orígenes del Carnaval de Veracruz con la primera fiesta de las máscaras organizada por Domingo Bureau en 1866.
El calor arremete contra quienes desfilan en las comparsas y los 39 carros cargados de luces y colores que en los primeros años del carnaval eran buques que recorrían el agua salada del puerto de Veracruz.
Han pasado 98 años desde que Lucha Reygadas y Carlos Puig fueron coronados reina y rey feo, ahora rey de la alegría, en el primer Carnaval de Veracruz celebrado en 1925. Los bailes libidinosos y lascivos que provocan un desenfreno contagioso poco cambiaron.
Como antaño, den las celebraciones del carnaval relacionado con las fiestas paganas tradicionales de las primeras culturas existentes en la tierra, hoy el pecado de la carne, el desear a la mujer de otro y rendirle pleitesía al Dios Baco, evoca aquellas fiestas de los romanos.
La fiesta es una en las gradas y otra fuera de ellas. En los alrededores el tráfico se apodera de las calles. El bullicio se extiende por ellas confundiéndose con los pitidos de los automovilistas que, a toda costa, buscan evitar la fiesta de la carne.
Hay más seguridad que nunca en el puerto de Veracruz, pero eso no impide las riñas y disturbios, tampoco los robos y asaltos.
Los ojos de los policías que custodian el bulevar Manuel Ávila Camacho en el puerto de Veracruz se clavan sobre los jarochos que perrean y bailan ritmos sensuales pegados cuerpo a cuerpo luciendo su sexualidad.
Nadie puede negarse al alcohol, que arrebata las almas hasta dejarlas perdidas sobre las banquetas plagadas de latones de cerveza o encima de terceros que las llevan sobre sus hombros.
Durante cinco días cada rincón de Veracruz es una sucursal del placer. Se despide la carne sin pudor. El baile, el gozo y la sexualidad son imperio.